un peregrinaje eterno hacia el horizonte, o hacia campos de hielo.



miércoles, 13 de abril de 2011

sangre

Amo la sangre. Es como nuestra savia: sangrás solamente si estás vivo; un líquido viscoso que alguna vez se asoció con el alma. Todos los seres vivos pulsamos con la madre Tierra, a su ritmo primordial y eterno. ¿No es lógico entonces, que la sangre sea reverenciable; una reliquia inagotable dentro de cada ser humano? Pero por algo el hombre le huye. Quizás porque se la asocia con el dolor, pero... tiendo a creer que es porque ver sangre fluir es ver escapar un torrente inacabable de posibilidades perdidas, que esa es la verdadera razón por la que se tiene al correr de este elixir como presagio, como antesala de la muerte.
Pero sangre, sangre tan impoluta y perenne- ¿qué hay de muerte en tal templo a la violencia de las pasiones? Sangre hay si se ama; sangre hay si se mata por amor; un ciclo hermoso y perfectamente simétrico; y siento honesta pena por quien no lo piense así. Por esa gente que considera a la sangre como lo corrupto de lo inmortal del alma (alimento de la carne, pecado y frivolidad)- lástima siento por quien llama a la ambrosía que nos nutre desde el pecho un líquido impuro y desagradable, un deshecho corporal como cualquier otro.
Quien desdeña un don así; por quien, por equiparar su perfume al olor del óxido, desconoce la fragancia del mar mezlada con los suaves vapores de la piel humana.

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