un peregrinaje eterno hacia el horizonte, o hacia campos de hielo.



jueves, 28 de abril de 2011

cuando el mundo se acabe.

desde la noche, se visitará.
Grandes ojos vacuos los siguen.

Desde la noche, se visitará.
Seremos como breves notas
de dolor sobre un monumento;
con prisa-
              con la brevedad del adiós.

Desde lo profundo, sentirán el hálito
fresco, muerto, del clamor y él
se cernirá como un ala de bronce
sobre nuestros tejados.

Desde la noche, se visitará.
Nunca se escapa del juicio.
Ojos vacuos y lacustres
engullirán al hombre y-


desde lo profundo, se cantará
para despertar al ser que
duerme dentro de un ombú o
dentro de un homicidio.

Desde lo profundo, se visitará.


Ya se huelen las sombras,
y se afina el rechinar de dientes-
   él cuenta pilas de huesos
   ellos nos han visto siempre.


Desde la noche, se visitará.
Y quizás estemos durmiendo.

martes, 26 de abril de 2011

pueyrredón

Hoy volvía de la facu; y de noche por avenida Pueyrredón todo parece exponencialmente glamoroso y casi místico... no voy a decir que una se espera duendes atrás de cada parada de 61, pero realmente es un trayecto que recorro con mucho gusto. Caminaba entonces, escuchando música tranqui que potenciaba las luces de los autos, que son como luces de navidad pero quedan bien en cualqueir estación (y mejoran con el frío, más si hay árboles amarillos que las reflejan cuando se abovedan sobre la avenida), y de repente pasé por un espejo. Como iba rápido, no fue más que una visión relámpago y opaca: yo, con la pollera tableada, la mochila, el buzo negro y los auriculares destartalados; en fin, yo como soy siempre, una bohemia en potencia volviendo de la facultad... de derecho.
Pero más allá de reflejar los extraños matices con los que el destino nos pinta, algo en ese espejo le hizo cosquillas a mi inconsciente, porque de repente me vi transportada a un mundo casi irreal: ahí estaba yo, con cinco años, seis años, mirando por la ventana del Renault que teníamos en aquella época. Y afuera de la ventana, más allá de mi reflejo opaco, estaba la ciudad que pasaba. Torres pasaban, avenidas con luces como de navidad y árboles de follaje abundante, y todo pasaba hasta que el auto iba por aeroparque, y ahí todo seguía pasando pero el tiempo se detenía.
Recordé, y todo esto fue en pocos segundos, las estrellas sobre el río (todavía quedaban en ese momento), el pasto verde a pesar de la noche y las luces sobre las pistas de aterrizaje, y las pistas... esas extensiones de concreto que se sienten como una rampa hacia quién sabe que cielos. Y recordé los aviones, inmóviles como grandes elefantes durmiendo sobre esas praderas urbanas como si se tratara de vastas cunas.
Todo envuelto por un olor a rocío y vía láctea que es imposible sentir si no es en el campo; mi recuerdo fue un fugaz aglutinamiento de sensaciones inconexas en la realidad, pero inexplicablemente aunadas en algún rincón de mi mente.
Ahora que tipeo esto, algo de eso me vuelve. Será la noche, serán las luces de los autos.

miércoles, 13 de abril de 2011

sangre

Amo la sangre. Es como nuestra savia: sangrás solamente si estás vivo; un líquido viscoso que alguna vez se asoció con el alma. Todos los seres vivos pulsamos con la madre Tierra, a su ritmo primordial y eterno. ¿No es lógico entonces, que la sangre sea reverenciable; una reliquia inagotable dentro de cada ser humano? Pero por algo el hombre le huye. Quizás porque se la asocia con el dolor, pero... tiendo a creer que es porque ver sangre fluir es ver escapar un torrente inacabable de posibilidades perdidas, que esa es la verdadera razón por la que se tiene al correr de este elixir como presagio, como antesala de la muerte.
Pero sangre, sangre tan impoluta y perenne- ¿qué hay de muerte en tal templo a la violencia de las pasiones? Sangre hay si se ama; sangre hay si se mata por amor; un ciclo hermoso y perfectamente simétrico; y siento honesta pena por quien no lo piense así. Por esa gente que considera a la sangre como lo corrupto de lo inmortal del alma (alimento de la carne, pecado y frivolidad)- lástima siento por quien llama a la ambrosía que nos nutre desde el pecho un líquido impuro y desagradable, un deshecho corporal como cualquier otro.
Quien desdeña un don así; por quien, por equiparar su perfume al olor del óxido, desconoce la fragancia del mar mezlada con los suaves vapores de la piel humana.