La vida es como un laberinto, un laberinto que serpentea entre sentimientos y muerte, del que la paz está ausente. Al poner un pie delante del otro y hacer de cada huella una herida que sangra tierra e historia, es posible besar sin querer una profecía.
No es el viento que aúlla como un lobo, ni la Bruja del Tiempo lo que lleva al hombre a hacer un alto y mirar hacia las estrellas, sino la sed de hallar aquello que algún día hará que el propio reflejo en los charcos del camino sea
una visión grata.
¡Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. [...] Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán.
Libro de Isaías 35,1-6.10.
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