un peregrinaje eterno hacia el horizonte, o hacia campos de hielo.



miércoles, 15 de diciembre de 2010

loch na brone

Flotaba en ese espacio acuoso entre los dos mundos.

Arriba, el viento se arremolinaba sobre mi piel desnuda, y las sombras de la noche se enroscaban en torno a cada gota de agua que era como una isla.

Abajo se expandía un espacio sin tiempo ni temperatura, que al tacto era húmedo y esquivo. A pesar de la grave quietud, podía percibir, esporádicamente, pulsaciones desde lo profundo, como mansas corrientes sin origen.

Flotaba boca arriba, y cada bocanada de aire era como introducir a mi cuerpo, todavía tibio, aire añejado sobre campos de hielo. Poco a poco, cada parte de mi se iba convirtiendo en esa sustancia como agua que me rodeaba, cada punto de mi ser era menos humano y más idea, más ideal.

Como rodeada por peces invisibles, de la misma tela de la cual está hecha el agua, me sentí parte de una danza de los elementos que sutilmente me iban transformando en agua y aire, porque flotaba entre los dos mundos.

Y a un mundo pertenecía mi alma, y al otro, lo que quedara de mi.

Mientras me desintegraba, me sentí en paz. Paz como sólo puede hallarse en la muerte, y entendí que eso era lo que me ocurría. Dejaba este mundo por otros dos, en ninguno de los cuales existiría.


Pero algo ocurrió. Con ese conocimiento de la perfección eterna, de la muerte humana como una  transformación benéfica para el equilibrio de los mundos, creció la duda en mí. Y fue porque una luna imperfecta reptó por la bóveda celeste hasta coronarla. Ya no se trababa de dos mundos aparte, en cuyo límite yo flotaba, sino de uno sólo. La luz fría, incorpórea, integraba los defectos de todas las dimensiones que se abrían ante mí.

El aire estaba frío, el agua quieta, y cada centímetro de mi piel dolía y acusaba cada pequeñísima parte de mi cuerpo que habíase ido dispersando sobre la superficie de esa agua demasiado transparente.

Giré, todavía podía moverme. No quería ver más ese mundo con relieve, tan distinto de aquel que convocaba el fin de mis pensamientos.

Hasta ese entonces, el caos era ajeno a mi. Pero al sentir mi respiración cortarse por el agua que presionaba contra todos mis poros, mi nariz, mis ojos abiertos (a ese mundo borroso, que le robaba el color al universo), era el caos, yo era el caos.

Gritaba sin sonido, cuando, mirando hacia abajo, noté contra el fondo de pedregullo mi silueta calcada en sombras, rodeada como por un encantamiento por la luz ingrávida de la luna creciente.


(loch na brone, irlandés para 'lago de la tristeza')

1 comentario:

  1. nose porque pero me hace acordar al mito de la creacion Nordica xD pero este es mas volado

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